La Sonrisa

Tras la puerta de aquel baño podía oír ruidos indescriptibles. Victoria miró a izquierda y derecha, esperando que algo sucediera en aquel pasillo sumido en pozos de oscuridad, únicamente iluminado por la linterna de su móvil. Pero solo halló la misma sensación heladora que le había traído de la mano del miedo hasta aquí. Bajo su pijama blanco de lino, el vello se le erizó y habría jurado percibir una mano que recorría su cuerpo avivando el terror.

Las pulsaciones en la garganta le dificultaban respirar, mientras que en su fuero interno solo se repetía que tenía que acabar con esta situación ilógica que había comenzado hacía un par de noches. Le costaba pensar en aquel momento, pero se negaba sucumbir al pánico y abandonar aquella casa que había comenzado a habitar hacía relativamente poco.

Su mano se dirigió titubeante hacia el pomo, y antes de que terminara de posarse sobre este, una sensación húmeda y espesa comenzó a extenderse por sus pies descalzos. Miró hacia el suelo y bajo la estridente luz de su linterna, vio como un líquido sanguinolento y con coágulos manaba por la parte inferior de la puerta.

Un grito de terror inundó el espacio, y de forma precipitada abrió la puerta del baño, encontrando cómo el fluido brotaba de la bañera a borbotones, inundando la estancia y salpicando erráticamente las paredes blancas.

El móvil se le cayó y luchó con todas sus fuerzas por no salir corriendo. Se tapó los ojos inundados por un llanto despavorido y cuando se agachó a recoger, entre asco y pánico, el único punto de luz del que disponía tras el habitual corte repentino de cada noche, todo aquello había desaparecido.

Se quedó paralizada a cuclillas. Recogió su teléfono y apuntó con él hacia su alrededor. Todo estaba en orden nuevamente, y solo quedaba la sensación escalofriante que había protagonizado el comienzo de esta pesadilla tan real.

Se recompuso como pudo y se incorporó, sentándose en la taza del váter, hasta que su respiración recobró cierta normalidad. Estaba desesperada, aterrada ante la idea de que cada vez fuera a más. Cada día era a peor. El crujir del suelo y los chirridos de las ventanas habían quedado en segundo plano después de lo que acababa de pasar. Sin duda tendría que lavarse la cara e intentar tomar algo que le ayudara a serenarse.

Giró el grifo del lavabo, dejó la linterna apuntando hacia el techo en la encimera y sumergió sus manos en el agua fresca que, sin dudar, llevó hasta su rostro. Terminado el proceso, cogió la toalla de algodón, empujando ligeramente el vaso en el que estaba su peine y unas tijeras, y comenzó a secarse. Echó un vistazo al espejo que tenía en frente tomando una respiración profunda.

La verdad es que tenía mala cara. Llevar tantas noches sin dormir, le estaba pasando factura. Se detuvo un instante con la toalla todavía entre las manos y observó algo extraño en la imagen. Tenía un punto rojo en la frente. Llevó los dedos a la zona para ver qué era, pero a pesar de rozarlo, no lo sintió. En el espejo, seguía estando en el mismo lugar.

Su reflejo comenzó a esbozar una sonrisa aterradora que no se correspondía con sus gestos. Ésta se extendió de forma maquiavélica por el rostro y a medida que su horror iba creciendo, sintió como la vibración de la risa se extendía desde sus entrañas, atronando sus oídos.

El miedo le hizo perder el control de sus movimientos, mientras que una mano surgía desde el espejo. En uno de sus aspavientos, acompañados por chillidos inhumanos que brotaban sin cesar de su boca, tiró el teléfono, quedándose sola con la oscuridad.

Cuatro segundos infinitos del más absoluto silencio. De repente, las luces del baño comenzaron a titilar en forma de espasmos, iluminando una mano aferrada a su hombro que la volteaba. A ella misma con una mueca espeluznante abalanzándose sobre su cuerpo. A una lucha, perdida desde el primer momento, con la peor de sus pesadillas.

Tras la puerta de aquel baño, todo estaba en silencio. Por la parte inferior, manaba un fluido sanguinolento y con coágulos. La hallaron en la bañera, en la que, a través de las tijeras clavadas en el cuello, la sangre había brotado a borbotones, salpicando erráticamente las paredes de la estancia. La encontraron con una macabra sonrisa.

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