Un día de insti

Mientras vigilaba en la puerta de la sala de profesores, Lorenzo intentaba encontrar el examen que esa misma tarde íbamos a hacer. Sus movimientos eran rápidos, llenos de un miedo que no iba a admitir. Nos había costado mucho tomar la decisión, pero si no queríamos acabar con nuestras quedadas, no había otra opción.

Desde pequeño, había sabido qué decirme para que no dudase ni un segundo en acompañarle en sus aventuras. La mayor parte de las ocasiones siempre habían salido bien, pero si había que pagar las culpas, lo hacíamos entre los dos. Éramos como hermanos.

Esta ocasión no fue diferente. Habíamos empezado a hablar con unas chicas del barrio. Pero no con cualquiera. Eran Sandra y Yoli. Como siempre estaban rodeadas de tíos no nos habíamos acercado mucho, hasta que el imbécil de Rodrigo le había pegado cuatro gritos a Sandra delante de todo el mundo. Eso sí que no lo iba a tolerar Lorenzo que se fue hacia él para partirle la cara.

-¡Pero tronco de qué vas! ¡Que no tienes derecho a hablarle así! -Se había encarado a él-. Te juro que te reviento como te vea acercarte a ella.

Y eso fue lo que cambió todo. No sé si fue porque todo el mundo miraba o porque Lorenzo ya tenía una reputación. El caso es que el pinpin le hizo caso, y se piró de allí sin mediar palabra. Desde ese día, las horas se nos pasaban con ellas, whatsappeando o en el banco del parque con unas coca-colas y unas risas.

Pero parecía que nuestros padres se habían puesto de acuerdo en jodernos el tema. Mi madre incluso había amenazado con quitarme el móvil si esto perjudicaba mis estudios. En resumen, las cosas estaban chungas en casa, pero iban como tenían que ir con las pavas. Marchaban tan bien que nos enrollamos un par de veces, y durante las últimas dos semanas, no habíamos tocado un libro. Con lo cual, pasamos de estudiar el final de Lengua.

Tras hablar de la situación de mierda en la que estábamos. Lorenzo me dio la solución: pillar las preguntas y hacer una empollada de última hora para aprobar. Sabíamos que durante el recreo la sala de profesores se quedaba vacía un rato. O eso esperábamos, porque si no era así y nos cogían, iba a ser una putada.

-Es pan comido, Jorge. Mira, yo entro, los busco, les saco unas fotos y mientras tú vigilas. Si viene alguien te inventas algo que explique que estoy dentro y solucionado – Lorenzo estaba absolutamente convencido del plan-.

Me pareció oír pasos a la vuelta del pasillo y casi se me sale el corazón por la boca cuando vi a la conserje aparecer.

-Tú, chaval, ¿qué haces aquí parado? ¿Estás esperando a alguien o qué?

Por el rabillo del ojo pude ver cómo Lorenzo estaba abriendo un maletín. Si estaban ahí, habríamos triunfado. Pero no podía dejar que esta mujer se enterase de la película.

-Pero vamos a ver, ¿te has quedado empanado? ¿Me escuchas?

-Perdone, perdone… – Las palabras casi no me salían-. Es que… Mire, el Rodrigo quiere pegar a mi amigo y se ha escondido aquí para que no le encuentre.

-Aquí no podéis estar, ya lo sabéis -Sentí cómo mi colega se ponía a mi lado-.

-Ya, es que…

-Mira, id a Jefatura de Estudios a contar lo que os ha pasado. Pero ya me estáis desalojando el pasillo.

Sin decir nada más, agachamos la cabeza y nos fuimos de allí, seguidos por la guardiana azul. Cuando nos deshicimos de ella, Lorenzo empezó a hacer aspavientos silenciados.

-Tío, tío, tío. Que lo tenemos. Que le he sacado unas fotos. Chaval que hemos triunfado.

La alegría y el alivio no me cabían en el pecho. ¡Las fotos del examen! Sólo teníamos que estudiar. Y eso hicimos. Nos fumamos las siguientes clases de la mañana, y en ese tiempo y el de la comida, nos aprendimos todas las preguntas y respuestas que caerían esa tarde.

Cuando llegó el momento, éramos los putos amos. La profesora repartió el examen y, como hacía siempre, se sentó y nos dio permiso para darle la vuelta. Era el momento de vomitar todo lo que habíamos leído esa mañana. Pero… espera. Estas no eran las preguntas de las fotos. ¡Eran diferentes!

Miré a Lorenzo que tenía la misma cara de flipado que yo. ¡No me lo podía creer! Miramos a mi madre allí sentada, la profesora de Lengua, que esbozó una sonrisa vengativa y bajó la cabeza a sus notas.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *